Al principio, el conocimiento tenía un valor místico, como un don dado por los dioses. Muy pocos lo tenían.
Por este motivo se veneraba y respetaba a quién lo poseyera y para conseguirlo se requería de una iniciación impartida por un maestro que no siempre aceptaba a todos sus alumnos. Pero si lo hacía, te podía transmitir ese don de dioses…
El niño se acercó al maestro y le dijo – Maestro quiero aprender, necesito que me enseñes –
El maestro le respondió – no me molestes con caprichos, no quiero perder el tiempo –
Niño: No te lo haré perder, obedeceré tus consejos y me esforzaré lo que permita todo mi cuerpo y todo mi espíritu.
Maestro: No creo que estés capacitado, ni que tengas la determinación necesaria.
Niño: No te defraudaré, pruébame y lo comprobarás.
Maestro: Es difícil, se necesita disciplina, empeño y gran fuerza ¿tú la tienes?
Niño: Mi padre me inculcó la disciplina más férrea y mi estirpe es conocida por su ardor, brío y decisión. Cuando crezca seré como mi padre.
Maestro: En honor a tu padre te daré una oportunidad. Ven a mi y te enseñaré… la fórmula secreta.
El origen de la docencia se pierde en la bruma de los tiempos. Todos los especialistas coinciden que la enseñanza comienza en el hogar de cada niño y son sus mayores los que les inician en el mundo del aprendizaje. En aquel entonces más que nunca era una cuestión de supervivencia, y de generación en generación se transmitían conocimientos. Cosas como saber ocupar un rol determinado en el seno de tu tribu o pequeña sociedad, reconocer plantas comestibles, construcción de cabañas, aprender a cazar, luchar, etc. Eran esenciales en la antigüedad. Por este motivo muchos expertos dicen que la enseñanza comienza así.
Pero si nos referimos a la docencia como tal, la cosa cambia y el concepto también. Nos referimos a la asistencia de alumnos a escuelas propiamente dichas, a la figura de los “maestros” a un reglado de conocimientos que los alumnos deben adquirir durante periodos de tiempo (cursos) concretos.
Entonces ¿cuándo por qué y donde nació la docencia como tal?
¿dónde?
Se han barajado numerosas posibilidades sobre donde nació: Mesopotamia, Egipto, China, India y las culturas Mesoamericanas. Pero en la actualidad parece que hay un consenso bastante amplio en cuanto a que la docencia como tal nació en Mesopotamia.
En la Mesopotamia, entre los ríos Éufrates y Tigris, nació la que está considerada como la primera gran civilización del mundo: “la civilización sumeria” la llamada región de los “reyes civilizados”.
En cierto modo es una cultura enigmática, ya que su historia desapareció de nuestra memoria, sepultada bajo las arenas del desierto durante miles de años y no fue hasta finales del siglo XIX que se volviera a redescubrir, puesto que los modernos académicos de entonces ignoraban que jamás hubiera existido una cultura como la sumeria, una civilización que nació hace aproximadamente seis mil años compuesta por una serie de ciudades estado cada una con su rey y leyes diferentes.
Lo que allí se encontró asombró al mundo por lo avanzado y original de su cultura y tecnología. Solo hay que pensar que es una cultura prehistórica que pertenece al Calcolítico o Edad de Cobre. Su increíble arquitectura con los famosos zigurats y grandes palacios, sus espacios públicos, las murallas y fortalezas, sus estatuas, su cerámica, su ingeniería de riego, puentes y canales fluviales, su dominio de las matemáticas, de la astronomía, del arte, de la religión… y lo que más maravilla causó: su escritura.
Comenzaron a descubrir miles de tablas de arcilla endurecida marcadas con lo que entonces llamaron “extraña escritura”.
¿Cuándo?
Hoy se sabe que en la ciudad estado de Uruk la cultura era muy dinámica, siendo muchos los especialistas que piensan que la escritura nació allí entre el 4.200 y 3.600 A.C. El estudio de numerosas tablillas así lo atestiguan.
¿Por qué?
No se entiende bien como el sumerio llegó a ser un lenguaje escrito, pues nunca llegó a ser ni lingüística ni étnicamente homogéneo.
Hay una preciosa leyenda escrita en el poema sumerio “Enmerkar y el Señor de Aratta”, que atribuye el invento de la escritura a Enmerkar de Uruk cuando su sirviente encontró que su mensaje al Señor de Aratta era demasiado largo para ser memorizado. Se dice que Enmerkar lleno de inspiración divina tomó un trozo de arcilla y un estilete de caña para escribir el mensaje.
Lo cierto es que hoy sabemos que con toda probabilidad, la escritura se desarrolló como una forma de comunicación comercial a larga distancia, ya que el comercio se había expandido de forma significativa. Y los antiguos comerciantes necesitaban comunicarse de forma eficiente con clientes, autoridades y sus representantes en regiones tanto cercanas como remotas, tanto para comprar como para vender o incluir órdenes a sus representantes.
Una vez desarrollado el sistema de escritura, se hizo necesario preservarlo, utilizarlo dándole más usos que el comercial y formar e instruir a otros en su uso. Esto inevitablemente llevó a la creación de las primeras escuelas y usos docentes.
Hoy existen restos suficientes como para documentar el funcionamiento de un verdadero sistema escolar. Además, hay cientos de tablillas cuneiformes donde se describen como funcionaba y como se vivía en una escuela sumeria.
En primer lugar, hay que decir que la escuela no era obligatoria ni mucho menos para todo el mundo. De hecho, solo las clases más pudientes se podían permitir enviar a sus hijos a la escuela. Pero tampoco solo era cuestión de dinero. El alumno debía demostrar “ciertas dotes” como disciplina, capacidad de esfuerzo, inteligencia y predisposición. Por lo que debían ser examinados por el maestro que los admitían o no.
Sabemos que el periodo escolar comenzaba entre los ocho y diez años de edad y la formación duraba en torno a doce años. La mayoría de los alumnos eran niños, aunque se sabe con certeza que también se enseñó a algunas niñas, aunque estas fueran una minoría.
Sabemos que había escuelas en toda Sumeria, y hasta conocemos como era un aula: salas de clases, provistas de bancos de arcilla cocida para los estudiantes y un espacio al frente para el maestro.
Las escuelas de escribas se conocían como “casas de tablillas” (edubba en sumerio) ya que los estudiantes escribían (en cuneiforme) sobre tablillas de arcilla humedecidas.
Se han encontrado estas escuelas tanto en templos como en edificios privados dedicados en exclusiva al uso de la enseñanza. Las clases comenzaban al amanecer y duraban hasta el atardecer. Esto durante 24 días al mes.
Los arqueólogos han encontrado abundantes tablillas con “deberes”, así como ejercicios realizados por estudiantes: dictados, problemas de matemáticas, poemas, etc. De la misma manera se han encontrado correcciones de los maestros a este tipo de ejercicios.
El plan de estudios se dividía en cuatro etapas de instrucción en la que los estudiantes aprendían a escribir, vocabulario, gramática, estilo e interpretación correcta de los textos y obras.
Los estudiantes comenzaban su educación tomando un trozo de arcilla y haciendo marcas en ella mediante estiletes de caña. Tenían que aprender a escribir de una forma precisa más de 600 caracteres cuneiformes. Si erraban solían ser reprendidos e incluso castigados a base de golpes que aplicaban los maestros o también los encargados de disciplinarlos.
Después de que un estudiante lograba dominar los conceptos básicos de la escritura cuneiforme, practicaba la escritura de signos y símbolos, luego palabras, luego listas de palabras de vocabulario que debía memorizar. Después de dominar estas listas simples, pasaba a un vocabulario más complejo en diferentes materias.
Cuando se graduaba, el estudiante debía dominar al menos dos idiomas, además de una serie de materias como la agricultura, el dibujo arquitectónico, la astronomía, bases de estrategia militar, botánica, ingeniería, historia, literatura, medicina, filosofía, religión y zoología.
El cuerpo docente estaba compuesto por un equipo de profesores expertos en diferentes disciplinas, ayudantes que solían ser estudiantes a punto de graduarse que los asistían y el llamado “padre de la casa de las tablillas” que podríamos decir que era considerado en el sentido más pleno de la palabra como “el maestro” (hoy le llamaríamos director) que era el que entregaba al alumno la fórmula secreta.
Por lo que sabemos, la vida de estudiante no fue ni cómoda ni fácil pues como hemos visto el nivel de exigencia era altísimo. Pero cuando el estudiante conseguía graduarse y convertirse en un escriba, de forma casi instantánea pasaba a formar parte de la élite de la sociedad e inmediatamente surgían oportunidades de trabajo garantizado y cualificado: diplomático, compositor de canciones, funcionario del gobierno, escritor, copista de textos sagrados y obras literarias, ingeniero, hombre de negocios, arquitecto, escriba de la administración, astrónomo, contable, encargado de correspondencia, asistente de algún comerciante poderoso, o simplemente podía establecerse por su cuenta y dedicarse a la enseñanza.
Los reyes y gobernantes entendieron la importancia de transmitir y preservar la cultura “para los días por venir” por lo que favorecieron y promovieron sus escuelas y bibliotecas, así como a los escribas.
Y es gracias a todo esto que ha llegado hasta nuestros días mucho de su saber, que fue inmenso.
Les debemos numerosos inventos como por ejemplo “el cero” o la división del tiempo en noche y día en periodos de doce horas y estas en sesenta minutos y estos en sesenta segundos.
También ha llegado a nuestros días cientos de poemas y obras literarias de exquisita manufactura que ayudaron a conformar nuestra filosofía, religión y ciencias. Un pueblo que llegó a ser grande y poderoso debido en parte a la apuesta que hicieron para favorecer la educación de sus jóvenes a través de la gran novedad que significó sus Centros Educativos.
Silvia Beazcoechea