Contaminación digital

Es fácil pensar que el mundo digital no contamina. Que cuando hacemos una búsqueda en Google, vemos un video en YouTube o enviamos un email, no hemos generado ningún residuo y es un proceso limpio y libre de huella de carbono. Según los expertos esto se debe a su “apariencia inmaterial”, ya que la tecnología digital suele percibirse como una herramienta sin impacto directo en el medio ambiente. Pero no es así, contamina y mucho.

Dicen, que si internet fuese un país, sería el cuarto país más contaminante del mundo. Sin embargo, muchos usuarios no percibimos este hecho. Internet no es suave, no es etéreo. Es un lugar que contamina. De hecho, esta externalidad negativa del uso de las nuevas tecnologías suele ser ignorada por los usuarios. Sin embargo, el mundo digital representa una huella ecológica nada despreciable: ¡el 4% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero!. Y es que la tecnología digital depende de infraestructuras físicas como centros de datos, kilómetros de cables, satélites, ordenadores, teléfonos móviles, antenas, componentes eléctricos, etc.

En general podemos decir que hay dos tipos de contaminación digital; la relacionada con los centros de datos e infraestructuras de red y la relacionada con los equipos de consumo.

Los centros de datos consumen más del 3% de la energía del mundo y estos los hay en más de 140 países, con cientos de cables gruesos transoceánicos. Suelen estar en grandes edificaciones refrigeradas a una temperatura constante. Consumen tanta energía que se están construyendo pequeños reactores nucleares para poder atender esta demanda en algunos de ellos. También se calcula que consumen tanta agua como una ciudad de 50.000 habitantes.

Los equipos de consumo, como pueden ser los ordenadores, teclados, pantallas, teléfonos móviles, tablets, etc. Consumen enormes cantidades de recursos materiales y energía en su fabricación y posterior desguace. Si a eso le sumamos que la tecnología necesita de materias primas, muchas de ellas extraídas del petróleo y que la producción de equipos tecnológicos sofisticados requiere de metales raros y que estos, suelen estar en países donde sufren conflictos armados donde su extracción precisa de enormes sacrificios para sus poblaciones. Entenderemos la necesidad de tomarnos en serio este problema.

Cada año se suman al mundo digital millones de personas de países más desfavorecidos que se suman a este problema. También crecen nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o el blockchain. Su uso aumenta la demanda de más energía y nuevos equipos más rápidos y potentes. Hasta tal punto esto es así, que se calcula que para el año 2030 haya crecido esta contaminación hasta diez veces más que los niveles actuales.

Sin embargo, hay que ser realista y no podemos volver la espalda al futuro que viene.

El uso de la tecnología digital se ha incrementado en los últimos años exponencialmente, demostrando su gran utilidad y favoreciendo el crecimiento de la productividad en centros estatales y privados, en empresas, en múltiples profesiones, en el ocio, en la enseñanza, en la ayuda a la investigación, en las comunicaciones, etc. Y por tanto si somos realistas nos damos cuenta de que no podemos ni debemos prescindir de ella.

Por lo tanto, mientras los estados y las empresas buscan la forma de alimentar con energía más limpia estos centros, sería oportuna la pregunta ¿Qué podemos hacer nosotros para ayudar a reducir esta contaminación?

Pues en realidad podemos hacer varias cosas importantes; la principal de ellas cambiar de hábitos.

Uno de los principales, sería el de limpiar nuestros ordenadores y móviles cada poco tiempo, eliminando fotos redundantes, archivos apalancados, capturas de pantalla sin sentido, conversaciones antiguas irrelevantes, borrar archivos y programas que no usamos, vaciar la papelera de nuestro ordenador diariamente. Es decir, economizar las cosas que guardamos.

Cualquier archivo que guardemos en la nube contamina. Aunque merece un capítulo aparte la contaminación vinculada a los correos electrónicos, a la que se denomina “contaminación latente”. Esta se debe al almacenamiento de los mensajes que requieren los servidores, ya que cada correo electrónico se almacena en tres copias y, por tanto, en al menos tres servidores diferentes por razones de seguridad. Limpiar el spam de nuestro correo regularmente y borrar de la nube los correos que contengan archivos pesados es esencial. Si estos archivos adjuntos nos son necesarios, sería bueno guardarlos en nuestro ordenador o en una memoria física. En la nube solo hay que dejar lo realmente imprescindible.

Otra cosa que podemos hacer es apagar la conexión a internet si el trabajo que vamos a hacer no exige su uso. Es decir, trabajar fuera de línea. Y si lo necesitamos, siempre que podamos usar Wifi, antes que 4G (este último gasta más de 20 veces más energía).

Apagar el ordenador y el router cuando no lo vayamos a usar y no dejarlo en modo de suspenso. En nuestro dispositivo móvil desactivar el GPS, Wifi y Bluetooth cuando no lo usemos.

Intentar conservar nuestros equipos durante más tiempo y evitar la sustitución innecesaria de estos. No cambiar de ordenador o móvil cada poco tiempo por moda. Y favorecer en la medida de lo posible la reparación, frente a la sustitución en caso de avería. No estará de más contemplar la posibilidad de comprar equipos reacondicionados, siempre que sea posible.

Recordad que Clicks, búsquedas, videos, emails, las cookies, el propio rastro que dejamos para que las empresas nos ofrezcan sus servicios, esos datos también se tienen que almacenar y deja una gran huella de carbono. Hacer un buen uso de las redes sociales también ahorra energía. Y por favor no olvidar que una búsqueda en Chat GPT consume 10 veces más energía que una búsqueda normal en Google.

El papel se puede reciclar y los bosques se pueden gestionar de forma sostenible, pero los componentes de hardware con los que se fabrican los dispositivos donde se guardan nuestros datos en internet son muy difíciles de reciclar.

Internet no es infinito

Inmaculada Padilla

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